Lo dijo la escritora Zadie Smith sobre La broma infinita de
David Foster Wallace, el libro que todo estudiante de letras con serias
aspiraciones de llegar a tener una vida sexual tenía que exponer en su
habitación en los noventa. Pero bien podría haberlo escrito ayer mismo
sobre El capital en el siglo XXI, la obra del economista
francés Thomas Piketty, que tiene 700 páginas en su edición en inglés y
970 en la francesa. “Llevarlo debajo del brazo se ha convertido en la
nueva herramienta de conexión social en ciertas latitudes de Manhattan”
ha dicho The Guardian del libro, que se convirtió la semana pasada en el más vendido en Amazon y escala posiciones cada semana en la lista de best-sellers de The New York Times.
Y eso que Capital, como se le conoce por la tipografía de su
edición estadounidense, que tiene un elegante diseño atemporal, no
tiene nada de fácil ni en lo que dice ni en cómo lo dice.
En esencia, la tesis de Piketty, que tardó 15 años en amasar la
gigantesca masa de datos que componen su libro, es que en el actual
sistema económico la riqueza heredada siempre tendrá más valor que lo
que un individuo pueda ganar en una vida. Que el capitalismo es, por lo
tanto, incompatible con la democracia y con la justicia social. Que los
muy ricos deberían pagar un mínimo de un 80% de impuestos y que hablar
del 1% contra el 99% no es cosa de estudiantes y exaltados del
movimiento Occupy sino un hecho incontrovertible.
Lejos de convertirle en un enemigo público por esas tesis que van en
contra de la misma fibra del país, la élite cultural estadounidense ha
adoptado a Piketty como su nueva mascota. Existe una cuenta de Twitter
dedicada a subir fotos del economista y se pregunta “¿sexy o qué?”. El New York Times lo ha mencionado hasta en 6 artículos distintos en un solo domingo. El New York Magazine publicó la semana pasada un reportaje sobre su desenfrenado tour mediático y tanto se ha dicho sobre Piketty y su Capital que el Washington Post se burla con una pieza titulada:
“Cómo escribir tu propio artículo de Piketty en diez cómodos pasos”. El
punto 4 dice: "Si estás de acuerdo con él, llámalo un revolucionario". Y
el 5: "Si no lo estás, di que es un ideólogo". Más curioso aún es el
punto 7: "Haz referencia a su aspecto físico de una manera ligeramente
perturbada".
Sin ser un bellezón, ni siquiera un dandi, Piketty, de 42 años, tiene
las hechuras del profesor más popular del campus. Alguien como Chris
Messina podría interpretarle en su biopic –véase cómo cumplimos aquí con todos los puntos del decálogo–. The New Republic
dijo de él que “Parece más joven aún de lo que es y lleva un traje gris
y una camisa con el cuello abierto, un guiño de estilo quizá a su
compatriota Bernard Henri-Lévy”. Lo que no suelen mencionar esos
artículos ni aparece en su perfil en la Wikipedia es un extraño episodio
que saltó brevemente a los medios franceses en 2009, cuando el
economista era asesor de Ségolène Royal. Su entonces pareja, la actual
ministra socialista de Cultura Aurélie Filipetti, le denunció por
agresión y más tarde retiró los cargos. Ahora, Piketty comparte su vida
con otra economista licenciada en Harvard, Julia Cagé.
Uno de los seis artículos que The New York Times dedicaba a su nuevo hijo predilecto colocaba a Piketty en la genealogía de “intelectuales superstar”,
esas figuras que sólo se dan una vez cada década y que consiguen aunar
máximo rigor académico con una popularidad mainstream normalmente sólo
asequible para una estrella del pop. Los sesenta tuvieron a Susan
Sontag, los setenta a Christopher Lasch, los ochenta a Allan Bloom –“la
versión universitaria de Gordon Gekko, el protagonista de Wall Street de Oliver Stone”– y los noventa a Francis Fukuyama. Según el Times,
el siglo XXI estaba huérfano de figuras totémicas y se había conformado
con divulgadores meramente espabilados, como Malcolm Gladwell, hasta
que llegó Piketty. Lo que todos estos pensadores tendrían en común es
que no sólo defienden una Gran Tesis, sino que además “capturan el zeitgeist y de alguna manera lo personifican”.
La Gran Tesis de Piketty es que la tendencia de todo rico es a
hacerse todavía más rico porque el mercado le empuja inexorablemente y
que esa ley inquebrantable arrastra a la sociedad hacia la oligarquía.
El economista tiene buenas lecturas, como dicta la tradición francesa, y
cita a Jane Austen y Honoré de Balzac para demostrar cómo en el siglo
XVIII y XIX lo normal para las clases altas era no trabajar y sostener
la riqueza familiar a través del matrimonio. Ahora ésta vuelve a ser la
norma y creer en la meritocracia del capitalismo no es sólo ingenuo sino
erróneo. Los periodos de creciente igualdad del siglo XX fueron un mero
accidente, producto de las exigencias de la guerra, el poder del
trabajo organizado, los impuestos, la innovación tecnológica y la
demografía.
Si en su día Susan Sontag apareció en Zelig, de Woody Allen,
interpretándose a sí misma, ¿cuál podría ser la consagración de Piketty
como intelectual pop, a lo Slavoj Zizek? Por aquí apostamos porque
aparezca citado en una letra de Jay-Z, ese otro maestro del zeitgeist. Y más ahora que su señora samplea manifiestos feministas de Zimamanda Adichie. Así que, a ver, ¿qué rima con Piketty?
Tomado de El País, el 04 de enero de 2015
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