RESUMEN
SUCINTO DE LA VIDA DEL GENERAL ANTONIO JOSÉ DE SUCRE Y ALCALÁ
Nace
en Cumaná,
C.
G. de Venezuela,Imperio
Español;
actual estado
Sucre,
Venezuela;
el 03
de febrero
de
1795
y muere en las Montañas
de Berruecos, Arboleda;
Colombia,
el 04
de junio
de
1830.
Era
hijo
del
militar Vicente
Sucre
y de doña Manuela
de Alcalá.
Antonio
José
fue el quinto de los nueve hijos del primer matrimonio de don
Vicente,
otros nueve fueron el fruto de su segundo matrimonio.
Fue
un político, estadista y militar venezolano,
prócer de la independencia
americana,
así como presidente de Bolivia,
Gobernador de Perú,
General
en
Jefe del Ejército de la Gran
Colombia
Comandante del Ejército del Sur. Era hijo de una familia acomodada
de tradición militar, siendo su padre coronel del Ejército
Patriota.
Es
considerado como uno de los militares más completos entre los
próceres de la independencia sudamericana.
Recibió su primera
educación en la capital de Caracas. En el año de 1802,
principió sus estudios en Matemática para seguir la carrera de
ingeniero.
Empezada la revolución
se dedicó a esta rama y mostró desde los primeros días una
aplicación y una inteligencia que lo hicieron sobresalir entre sus
compañeros. Muy pronto empezó la guerra, desde luego el General
Sucre salió a campaña. Sirvió a las órdenes del General
Miranda con distinción en los años 1811 y 1812.
Cuando los Generales Mariño, Piar,
Bermúdez
y Valdez emprendieron la reconquista de su patria, en el año
de 1813, por la parte oriental, el joven Sucre les
acompañó a una empresa la más atrevida y temeraria. Apenas un
puñado de valientes, que no pasaban de cientos, intentaron y
lograron la libertad de tres provincias.
Sucre siempre se
distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por
su valor. En los célebres campos de Maturín
y Cumaná
se encontraba de ordinario al lado de los más audaces, rompiendo las
filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro
compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas. La
Grecia no ofrece prodigios mayores.
Quinientos paisanos
armados, mandados por el intrépido Piar,
destrozaron ocho mil españoles en tres combates en campo raso. El
General Sucre era uno de los que se distinguían en medio de
estos héroes.
El General Sucre
sirvió al Estado Mayor General del Ejército de Oriente desde el año
de 1814 hasta 1817, siempre con aquel celo, talento y
conocimientos que los han distinguido tanto. El era el alma del
ejército en que servía. El metodizaba todo; él lo dirigía todo,
más, con esa modestia, con esa gracia, con que hermosa cuanto
ejecuta. En medio de las combustiones que necesariamente nacen de la
guerra y de la revolución, el General Sucre se hallaba
frecuentemente demediador, de consejo, de guía, sin perder nunca de
vista la buena causa y el buen camino. El era el azote del desorden
y, sin embargo, el amigo de todos.
Su adhesión al
Libertador
y al Gobierno lo ponían a menudo en posiciones difíciles, cuando
los partidos domésticos encendían los espíritus. El General
Sucre quedaba en la tempestad semejante a una roca, combatida por
las olas, clavando los ojos en la patria, en la justicia y sin
perder, no obstante, el aprecio y el amor de los que combatía.
Después de la batalla
de Boyacá, el General Sucre fue nombrado Jefe del
Estado Mayor General Libertador,
cuyo destino desempeñó con su asombrosa actividad. En esta
capacidad, asociado al General
Briceño y Coronel Pérez, negoció el armisticio y
regularización de la guerra con el General
Morillo en el año de 1820. Este tratado es digno del
alma del General Sucre: la benignidad, la clemencia, el genio
de la beneficencia lo dictaron; él será eterno como el más bello
monumento de la piedad aplicada a la guerra; él será eterno como el
nombre del vencedor de Ayacucho.
Luego fue destinado desde
Bogotá, a
mandar la división de tropas que el Gobierno de Colombia puso a sus
órdenes para auxiliar a Guayaquil
que se había insurreccionado contra el Gobierno español. Allí
Sucre desplegó su genio conciliador, cortés, activo, audaz.
Dos derrotas consecutivas
pusieron a Guayaquil
al lado del abismo. Todo estaba perdido en aquella época: nadie
esperaba salud, sino en un prodigio de la buena suerte. Pero el
General Sucre se hallaba en Guayaquil,
y bastaba su presencia para hacerlo todo. El pueblo deseaba librarse
de la esclavitud: el General Sucre, pues, dirigió este noble
deseo con acierto y con gloria. Triunfa en Yaguachi,
y libró así a Guayaquil.
Después un nuevo
ejército se presentó en las puertas de esta misma ciudad, vencedor
y muy fuerte. El General Sucre lo conjuró, lo rechazó sin
combatir. Su política logró lo que sus armas no habrían alcanzado.
La destreza del General Sucre obtuvo un armisticio del General
español, que en realidad era una victoria.
Gran parte de la batalla
de Pichincha se debe a esta hábil negociación; porque sin
ella, aquella célebre jornada no habría tenido lugar, todo habría
sucumbido entonces, no teniendo a su disposición el General Sucre
medios de resistencia.
El General Sucre
formó, en fin, un ejército respetable durante aquel armisticio con
las tropas que levantó en el país, las que recibió del Gobierno de
Colombia y
con la división del General Santa Cruz que obtuvo del
Protector del Perú,
por resultado de su incansable perseverancia en solicitar por todas
partes enemigos a los españoles poseedores de Quito.
La Campaña terminó la
guerra del Sur de Colombia,
fue dirigida y mandada en persona por el General Sucre; en
ella mostró sus talentos y virtudes militares; superó dificultades
que parecían invencibles; la naturaleza le ofrecía obstáculos,
privaciones y penas durísimas; mas a todo sabía remediar su genio
fecundo. La batalla
de Pichincha consumó la obra de su celo, de su sagacidad y
de su valor. Entonces fue nombrado, en premio de sus servicios,
general de división e Intendente del Departamento de Quito.
Aquellos pueblos veían en él su Libertador,
su amigo; se mostraban más satisfechos del jefe que les era
destinado, que de la libertad misma que recibían en sus manos. El
bien dura poco, bien pronto lo perdieron.
La pertinaz ciudad de
Pasto
se subleva poco después de la capitulación que les concedió el
Libertador,
con una generosidad sin ejemplo en la guerra. La de Ayacucho,
que acabamos de ver con asombro, no era comparable. Sin embargo,
este pueblo ingrato y pérfido obligó al General Sucre a
marchar contra él, a la cabeza de unos batallones y escuadrones de
la guardia colombiana. Los abismos, los torrentes, los escarpados
precipicios de Pasto
fueron franqueados por los invencibles de Colombia.
El General Sucre los guiaba, y Pasto
fue nuevamente reducido al deber.
El General Sucre,
bien pronto, fue destinado a una doble misión militar y diplomática
cerca de este gobierno, cuyo objeto era hallarse al lado del
Presidente de la República para intervenir en la ejecución de las
operaciones de las tropas colombianas auxiliares del Perú.
Apenas llegó a esta capital, que el gobierno del Perú
le instó, repetida y fuertemente, para que tomase el mando del
ejército unido; él se denegó a ello, siguiendo su deber y su
propia moderación hasta que la aproximación del enemigo con fuerzas
muy superiores convirtió la aceptación del mando en una honrosa
obligación.
Todo
estaba en desorden: todo iba a sucumbir sin un jefe
militar que pusiese en defensa la plaza del Callao,
con las fuerzas que ocupaban la capital. El General Sucre
tomó, a su pesar, el mando.
El Congreso, que había
sido ultrajado por el Presidente Riva-Agüero,
depuso a este magistrado luego que entró en el Callao,
y autorizó al General Sucre para que obrase militar y
políticamente como Jefe Supremo. Las circunstancias eran terribles,
urgentísimas: no había que vacilar, sino obrar con decisión.
El General Sucre
renunció, sin embargo, el mando que le confería el Congreso, el que
siempre insistía con mayor ardor en el mismo empeño, como que era
el único hombre que podía salvar la patria en aquel conflicto tan
tremendo. El Callao
encerraba la caja de Pandora, y al mismo tiempo era el caos. El
enemigo estaba a las puertas con fuerzas dobles: la plaza no estaba
preparada para un sitio: los cuerpos del ejército que la guarnecían
eran de diferentes estados, de diferentes partidos; el Congreso y el
Poder Ejecutivo luchaban de mano armada; todo el mundo mandaba en
aquel lugar de confusión, y al parecer el General Sucre era
responsable de todo. El, pues, tomó la resolución de defenderla
plaza, con tal que las autoridades supremas la evacuasen, como ya se
había determinado de antemano por parte del Congreso y del Poder
Ejecutivo. Aconsejó a ambos cuerpos que se entendiesen y
transigiesen sus diferencias en Trujillo,
que era el lugar designado para su residencia.
El General Sucre
tenía órdenes positivas de su Gobierno de sostener al Perú,
pero de abstenerse de interferir en sus diferencias intestinas; esta
fue su conducta invariable, observando religiosamente sus
instrucciones. Por lo mismo, ambos partidos se quejaban de
indiferencia, de indolencia, de apatía por parte del General de
Colombia, que si
había tomado el mando militar había sido con suma repugnancia y
sólo por complacer a las autoridades peruanas; pero bien resuelto a
no ejercer otro mando que el estrictamente militar.Tal fue su
comportamiento en medio de tan difíciles circunstancias. El Perú
puede decir si la verdad dicta estas líneas.
Las operaciones del
General Santa Cruz en el Alto Perú
habían empezado con buen suceso y esperanzas probables. El General
Sucre había recibido órdenes de embarcarse con cuatro mil
hombres de las tropas aliadas hacia aquella parte.
En efecto dirige su
marcha con tres mil colombianos y chilenos; desembarca en el puerto
de Quilca, y toma la ciudad de Arequipa.
Abre sus comunicaciones con el General Santa Cruz que se
hallaba en el Alto Perú;
a pesar de no recibir demanda alguna de dicho General, de auxilios,
dispone todo para obrar inmediatamente contra el enemigo común. Sus
tropas habían llegado muy estropeadas, como todas las que hacen la
misma navegación; los caballo y bagajes, había costado una inmensa
dificultad obtenerlos; las tropas de Chile
se hallaban desnudas, y debieron vestirse antes de emprender una
campaña rigurosa. Sin embargo, todo se ejecutó en pocas semanas. Ya
la división del General Sucre había recibido parte del
General Santa Cruz, que la llamaba en su auxilio, y algunas
horas después de la recepción de este parte estaba enmarcha, cuando
se recibió el triste anuncio de la disolución de la mayor parte de
la división peruana en las inmediaciones del Desaguadero. Por
entonces todo cambia de aspecto. Era, pues, indispensable mudar el
plan. El General Sucre tuvo una entrevista con el General
Santa Cruz en Monquegua,
y allí combinaron sus ulteriores operaciones. La división que
mandaba el General Sucre vino a Pisco
y de allí pasó, por orden del Libertador,
a Supe
para oponerse a los planes de Riva-Agüero
que obraba de concierto con los españoles.
En estas circunstancias
el General Sucre instó al Libertador
porque le permitiese ir a tomar el valle de Jauja con las
tropas de Colombia,
para oponerse allí al General Canterac, que venía del Sur.
Riva-Agüero
había ofrecido cooperar a esta maniobra más su perfidia pretendía
engañarnos. Su intento de dilatarla hasta que llegasen los
españoles, sus auxiliares. Tan miserable treta no podía alucinar al
Libertador,
que la había previsto con anticipación, o más bien la conocía por
documentos interceptados de los traidores y de los enemigos.
El General Sucre
dio en aquel momento un brillante testimonio de su carácter
generoso. Riva-Agüero
lo había calumniado atrozmente: lo suponía autor de los decretos
del Congreso; el agente de la ambición del Libertador;
el instrumento de su ruina. No obstante esto, Sucre ruega
encarecida y ardientemente al Libertador,
para que no lo emplee en la campaña contra Riva-Agüero,
no aún como simple soldado; apenas se pudo conseguir de él, que
siguiese como un espectador y no como un jefe del ejército unido; su
resistencia era absoluta. El decía que de ningún modo convenía la
intervención de los auxiliares en aquella lucha, e infinitamente
menos la suya propia, porque se le suponía enemigo personal de
Riva-Agüero
y competidor al mando. El Libertador
cedió con infinito sentimiento, según se dijo, a los vehementes
clamores del General Sucre. El tomó en persona el mando del
ejército, hasta que el General La Fuente por su noble
resolución de ahogar la traición de su jefe, y la guerra civil de
su patria, prendió a Riva-Agüero
y sus cómplices.
Entonces el General
Sucre volvió a tomar el mando del ejército; lo acantonó en la
Provincia
de Huailas, donde se le ordenó; y allí su economía
desplegó todos sus recursos para mantener con comodidad y agrado a
las tropas de Colombia.
Hasta entonces aquel departamento había producido muy poco, o nada
al Estado. Sin embargo el General Sucre establece el
orden más estricto para la subsistencia del ejército, conciliando,
a la vez, el sacrificio de los pueblos, y disminuyendo el dolor de
las exacciones militares con su inagotable bondad y con su infinita
dulzura. Así fue que el pueblo y el ejército se encontraron tan
bien cuanto las circunstancias lo permitían.
Sucre tuvo órdenes
de hacer un reconocimiento de la frontera, como lo efectuó con el
esmero que acostumbra, y dictó además aquellas providencias
preparatorias que debían servirnos para realizar la próxima
campaña.
Cuando la traición del
Callao
y de Torre-Tagle
llamaron los enemigos a Lima, el General Sucre recibió
órdenes de contrarrestar el complicado sistema de maquinaciones
pérfidas que se extendió en todo el territorio contra la libertad
del país, la gloria del Libertador,
y el honor de los colombianos.
El General Sucre
combatió con suceso a todos los adversarios de la buena causa;
escribió con sus manos resmas de papel para impugnar a los enemigos
del Perú y
de la libertad; para sostener a los buenos, y para confortar a los
que comenzaban a desfallecer por los prestigios del error triunfante.
El General Sucre escribía a sus amigos que más interés
había tomado por la causa del Perú,
que por la que fuese propia o perteneciese a su familia.
Jamás había desplegado
un celo tan infatigable; más sus servicios no se vieron burlados:
ellos lograron retener en la causa de la patria, a muchos que la
habrían abandonado sin el empeño generoso de Sucre. Este
General tomó al mismo tiempo a su cargo la dirección de los
preparativos que produjeron el efecto maravilloso de llevar el
ejército al valle del Jauja
por encima de losAndes, helados y desiertos.
El ejército recibió
todos los auxilios necesarios debidos, sin duda, tanto a los pueblos
peruanos que los presentaban como al jefe que los había ordenado tan
oportuna y discretamente.
El General Sucre
después de la acción de Junín se consagró de nuevo a la mejora y
alivio del ejército. Los hospitales fueron provistos por él, y los
piquetes que venían de alta al ejército, eran auxiliados por el
mismo General; estos cuidados dieron al ejército dos mil hombres,
que quizás habrían perecido en la miseria sin el esmero del que
consagra sus desvelos a tan piadoso servicio. Para el General
Sucre todo sacrificio por la humanidad y por la patria, le parece
glorioso.
Ninguna atención
bondadosa es indigna de su corazón: él es el general del soldado.
Cuando el Libertador
lo dejó encargado de conducir la campaña durante el invierno que
entraba, el General Sucre desplegó todos los talentos
superiores que lo habían conducido a obtener la más brillante
campaña de cuantas forman la gloria de los hijos del nuevo mundo.
La marcha del ejército
unido desde la Provincia de Cotabambas
hasta Huamanga,
es una operación insigne, comparable quizá a lo más grande que
presenta la historia militar. Nuestro ejército era inferior en mitad
al enemigo, que poseía infinitas ventajas materiales sobre el
nuestro. Nosotros nos veíamos forzados a desfilar sobre riscos,
gargantas, ríos, cumbres, abismos, siempre en presencia de un
ejército enemigo y siempre superior.
Esta corta, pero terrible
campaña, tiene un mérito que todavía no es bien conocido en su
ejecución: ella merece un César que la describa.
La Batalla de Ayacucho
es la cumbre de la gloria americana, y la obra del General Sucre.
La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina.
Maniobras hábiles y prontas desbarataron en
una hora a los vencedores
de catorce años, y a un enemigo perfectamente constituido y
hábilmente mandado.
Ayacucho
es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho
semejante a Waterloo,
que decidió del destino de Europa, ha fijado la suerte de las
naciones americanas.
Las generaciones
venideras esperan la victoria de Ayacucho
para bendecirla, y contemplarla sentada en el trono de la
libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y
el imperio sagrado de la naturaleza.
El General Sucre
es el Padre de Ayacucho:
es el redentor de los hijos del Sol; es el que ha roto las cadenas
con que envolvió Pizarro
el imperio de los Incas.
La posteridad
representará a Sucre con un pie en el Pichincha
y el otro en el Potosí,
llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac
y contemplando las cadenas del Perú
rotas por su espada.
Lima,
1825.
Bolívar
ante la muerte de Sucre
Cartagena,
1° de julio de 1830
Al señor general Juan
José Flores.
Ya tenía escrita paraVd. la que adjunto, al tiempo que recibo por el correo de Bogotá la carta de Vd. de 20 de mayo en Pomasquí y la muerte del general Sucre cerca de Pasto.
Esta noticia me ha
causado tal sensación, que me ha turbado verdaderamente el espíritu,
hasta el punto de juzgar que es imposible vivir en un país donde
asesinan cruel y bárbaramente a los más ilustres generales y cuyo
mérito ha producido la libertad de la América.
Observa Vd. que nuestros
enemigos no mueren sino por sus crímenes en los cadalsos o de la
muerte natural; y los fieles y los heroicos son sacrificados a la
venganza de los demagogos.
¿Qué será deVd., qué
será de Montilla, y de Urdaneta
mismo?
Yo temo por todos los
beneméritos capaces de redimir la patria. El inmaculado Sucre no
ha podido escaparse de las acechanzas de estos monstruos.
Yo no sé que causa ha
dado este general para que atentasen contra su vida, cuando ha sido
más liberal y más generoso que cuantos héroes han figurado en los
anales de la fortuna, y cuando era demasiado severo hasta con los
amigos que no participaban enteramente de sus sentimientos.
Yo pienso que la mira de
este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío y dejar a
Vd. en el Sur solo en la arena, para que todos los golpes y todos los
conatos se dirijan únicamente a Vd. Destruido que Vd. sea,
conquistarán el país con los pastusos y patianos, y los
infernales serán los conquistadores de ese buen país que tanto amo.
La antecedente carta,
debe apreciarse según las circunstancias y sentimientos del momento,
pues yo estoy muy lejos de comprometerme a sostener una unión que
parece que se desgarra con puñales, y mucho menos aún a aceptar el
mando general de estos pueblos.
Yo había deseado
ardientemente contribuir a la paz doméstica por todos los medios
posibles, pero cuando veo que el desprendimiento más sublime y la
inocencia más pura no salvan a los bienechores de morir como
tiranos, no, no, yo no serviré a país tan infame, a hombres tan
ingratos y tan execrables!! Yome iré a Venezuela
y serviré a mi país nativo, como ciudadano y patriota honrado, con
la intención bien decidida de no admitir mando alguno aun cuando se
me quiera forzar a ello.
Vd. será víctima, mi
querido Flores. Sucre fue llamado el hombre de la
fortuna. La de Vd., pues, no lo salvará a usted, por lo mismo, es
necesario que Vd. se cuide tanto como una niña bonita.
Sírvase Vd. manifestarle
esta carta a los amigos Sáenz y Larrea, y expresarle
cuales son mis sentimientos; asegurándoles al mismo tiempo cual ha
sido mi dolor por esta calamidad, y por la cual les
doy el pésame tierno que
merece la memoria de tan ilustre amigo.
Las excusas de la carta
de Vd. sobre el acta de Quito,
explican perfectamente la situación del país, y sin aprobarla, por
que a mí no me toca dar opinión en esta parte, aseguraré a Vd. con
la más grande franqueza, que ni ahora ni nunca he dudado de la
acendrada amistad de Vd. Hacia mí y de su heroica fidelidad a quien
ama con todo su corazón y le ofrece los sentimientos más puros de
amor y consideración.
Adición.— Déle Vd. De
mi parte mil expresiones a todos mis amigos del Sur con la
manifestación de mi eterno y agradecido cariño.
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